En un tranquilo monasterio de montaña, un joven monje se acercó a su maestro con el rostro lleno de angustia.
—Maestro —dijo—, he roto el cuenco de té más antiguo del templo. Era una reliquia. ¡No tengo cómo pagar su valor!
El maestro miró los fragmentos esparcidos y le ofreció una sonrisa serena.
—¿Está roto el té que bebiste en él? —preguntó.
El monje frunció el ceño, confundido.
—No, maestro… pero el cuenco tenía historia. ¿No deberíamos preocuparnos?
El maestro se agachó, recogió uno de los fragmentos y lo lanzó al estanque.
—Si algo puede ser reemplazado con monedas, no es más valioso que el silencio que compartimos al beber.
Un problema que se resuelve con dinero, no es un problema, es un gasto.
El joven bajó la cabeza, y por primera vez en días… se sintió en paz.
Koan:
¿Qué valor tiene aquello que el oro puede comprar?
Si tu problema desaparece con billetes, ¿quién era el verdadero dueño: tú o tu apego?
¿Puedes medir el peso del remordimiento con una bolsa de monedas?